Alegre el corazón, he subido hasta el monte
desde donde se observa la ciudad por entero:
hospital, purgatorio, celda, infierno, prostíbulo;
donde todo lo atroz como una flor florece.
Tú bien sabes , Satán, patrón de mis angustias,
que no subí allá arriba para llorar en vano.
Mas cual viejo lascivo con una vieja amante,
embriagarme quería de esa enorme ramera
que me rejuvenece con su encanto infernal.
Ya duermas todavía en los lienzos del alba,
pesada, oscura, enferma, o ya te pavonees
con los velos nocturnos de oro fino,
¡te quiero, ciudad infame! Cortesanas,
bandidos, también brindáis placeres
que el profano ordinario no llega a comprender.
Epílogo a "Las Flores del Mal"
Charles Baudelaire
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