Pum-pum!, bang-bang!
La noche era nocturna. La calle húmeda y mal iluminada. El teléfono llamaba estúpidamente, insistentemente. No pensaba contestar, prefería seguir espiando por la persiana rota. Los golpes en la pared me recoradaban que la vecina siempre sabe cuando estoy en casa, tal vez ella debería contestar la llamada. El reloj corría como gallina ranga, mi ropa era de lo único que no me sentía acalambrado. El cigarrillo dejaba escapar un tímido hilillo de humo, justo antes de extinguirse entre mis dedos, los callos llagados impedían que lo notara, como siempre... ja!
Observando la calle con la paciencia de un cadáver, sentía como la tristeza se mudaba lentamente a mis ojos. No podría siquiera verme al espejo, con el alma escondida bajo la cama, no quería saber más de la mujeres, no de las que ya conocía al menos... ja!
Por fin llega el Chevrolet oxidado que transporta mi dolor. La última gran conquistadora de mi alma seca, se hace acompañar por ese apuesto y fracasado corredor de bolsa. Mi revólver, más inteligente y capaz que ellos dos, asoma su ojo letal por la ventana. La distancia entre el auto y la puerta de la casa no es suficiente para ponerlos a salvo... Pum-pum!, bang-bang!... Adios tristeza, hola botella de licor.
Los Esquizitos (1998)
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