lunes, julio 19, 2004

Mauricio (2a Parte, por Marina Civaj)
 
Morris y yo nos hicimos amigos en segundo de secundaria. A mi padre lo trasladaron de Saltillo al DF y no me quedó más remedio que empacar 13 años de vida y resignarme a la idea de una ciudad extraña y compleja.
 
El primer día en una escuela nueva siempre desconcierta y yo entré al Williams sin uniforme, con un acento que me convertía en blanco de las bromas y completamente asustado. No fue sino hasta la segunda semana de clases que Morris me pidió que fuera su compañero en un proyecto de Biología. La reacción del resto de los compañeros no se hizo esperar y pude darme cuenta que al tronar de los dedos de Mauricio Lavender Jr., toda la secundaria se movilizaba.
 
El exito de Morris radicaba en una actitud desinhibida que disfrazaba su estupidez. Todos querían estar cerca de él, ser amigo del más popular y con más dinero de la escuela. Era el único que llevaba coche sin chofer, el único que cogía con "Begoña, la bella" y el primero que aprendió a fumar y a tomar. Como era de esperarse, en cuanto Morris me nombró su escudero oficial, mi suerte cambió y en poco tiempo me vi también rodeado de deportistas, fumadores adolescentes, hijos de empresarios y artistas, y de porristas con las piernas recien rasuradas.
 
Sólo tres teníamos el privilegio de acompañar a Morris a todas partes: Begoña, la chavita más guapa de la secundaria, El Mayuli, primo segundo de Morris, y yo. Durante los descansos, los cuatro caminábamos por el patio central, como si se tratara de una plaza principal de un pueblo. Paseábamos sin preocuparnos de nada, salvo de lucir mucho más grandes de lo que en realidad éramos: 13 años Bego y yo, 14 El Mayuli y 15 Morris.
 
Fue el día de nuestra graduación que El Mayuli llevó cocaína. Dijo que se la había robado a su hermana y que la sensación producida por el "pericazo" no tenía comparación.  Sus palabras no sólo me fascinaron a mí, Bego también cayó rendida ante los encantos del polvo y la valentía de El Mayuli; sin embargo, para Morris sólo representaron el peligro de su fama, así que fue él quien sacó la tarjeta de débito y repartió el montoncito en líneas medio curvas. Luego vinieron esas vacaciones en las que el alcohol, las preparatorianas y la coca ocuparon la mayor parte del tiempo, y mi amistad con Morris se volvió más fuerte.
 
Mi hermano:

Aquí te pegan bien cabrón. No sabes, hasta a las viejas se las madrean. El frío se siente del carajo y para que prendan la chimenea tienes que soltar una lana. Le dije a mi jefe que me sacara de aquí, pero me mandó a la chingada y me dijo que bien merecido me lo tenía por puto. Nunca va a perdonarme, mi hermano.
Oye, sabes algo de la Bego?

Morris.