sábado, enero 22, 2005

Despierto exaltado, y veo un par de ojos descender lentamente hacia los míos. Esa mirada la conozco, es la tuya. Inmediatamente después bajo la vista, y veo tu cuerpo desnudo, simplemente hermoso. Tu cabello oculta tu rostro suavemente, menos esa dulce sonrisa que se está comenzando a dibujar. Tus pechos hacen contacto con mi piel, mientras escucho en mi oído izquierdo un te amo y una promesa, en la cual me dices que me regresarás temprano a mi casa. La sangre empieza a hacer su trabajo y cada milímetro de mi piel se enciende. Mi corazón forma un latido con el tuyo. Al mismo tiempo, la punta de tu lengua recorre toda mi oreja, y baja hasta llegar a mis labios, los analiza, los conquista, entra a la boca despacio pero sin miedo, y explora cada rincón que encuentra. Tu respiración golpea mi nariz, cierro los ojos y pido por que este momento sea eterno. Mis manos cobran vida y acarician tu espalda, y el calor que produce tu vientre sobre el mío es más intenso a cada segundo que pasa. Besas mi cuello, me estudias, y tus manos se aferran a mi rostro pero no aguantan y son atraídas por mi pecho, instantes después comienzan a subir con el resto de tu cuerpo. Estamos cerca del infinito, los dos lo sabemos y avanzamos hacia él sin pausas, pero disfrutando todo el camino y sin temor a perdernos. Nos recibe con los placeres de siempre: sus olores, su humedad, su calor expansivo y esa oscuridad en la que sólo con los ojos cerrados podemos guiarnos dentro de ella. El infinito nunca se acaba mientras dura. En tu mirada sólo veo una entrega total hacia mí, hacia lo que somos, y la sensación más hermosa que he experimentado se apodera de todo mi ser, me llena y sólo puedo darte todo lo que soy. Me entrego por completo y se siente la perfección en los dos, ahora ya no queda más por hacer, sólo dejar que el momento nos lleve hasta el final del recorrido… Te amo Paulina.